Saturday, June 7, 2008

Henrik Ibsen, ¿Comunista?

Adrian Pineda
Comentarista Teatral

Ayer por la tarde me encontré con Juan Fernando Cerdas en San José. Está trabajando con un grupo de jóvenes bajo el auspicio de las Naciones Unidas y el gobierno de Noruega. Juan Fernando es director de teatro y encabeza el Proyecto Ibsen. Hoy estrenan en el Melico “Un Enemigo del Pueblo”, del dramaturgo noruego, para estudiantes.

Me alegró mucho hallar a un veterano entusiasta y activo, pero sobre todo celebré la oportunidad de que la juventud descubra – y los no tan jóvenes redescubramos- uno de los maestros de todos los tiempos. Si alguien recuerda algo de la obra de Ibsen sabrá que El Enemigo del Pueblo es algo así como el Grupo Mapache y los empresarios turísticos que han expropiado la costa a los costarricenses. Los políticos y autoridades -para variar,- están en el bolsillo de los empresarios. Esta poderosa alianza trata de neutralizar las denuncias de un médico honesto, a quien intentan persuadir primero y luego comprar. Finalmente, con la solapada complicidad de la prensa, lo denuncian ante la opinión pública como el “verdadero” enemigo del pueblo. Pese a la distancia en el tiempo y el espacio la obra refleja asombrosamente la situación actual de Costa Rica.

Es la universalidad atemporal del arte. Supongo que algunos acusarán a Ibsen de agitador comunista. Otros –los más brillantes- establecerán paralelos bolivarianos con el gobierno Noruego. Tengo una profunda gratitud con Ibsen y Bertoldt Brecht por darme instrumentos para comprender el mundo en mi juventud (a Brecht ciertamente pueden tildarlo de comunista, pero es una etiqueta que resbala porque su Galileo trasciende las ideologías.) No sé si asistiré a alguna función por conflictos de horario, pero el encuentro casual evocó una breve meditación sobre la globalización:

La globalización neoliberal es exclusivamente comercial. Pretende someter al individuo a un molde consumista universal y defiende solamente las libertades que avanzan el lucro. El arte es desinteresadamente universal, pero su molde –si puede llamarse así,- es adaptado por los individuos a su propia cultura. El goce estético viene de descubrirse a sí mismo en el espejo del otro. De descifrar las variaciones de una melodía familiar, y a veces, de la sorpresa repentina que nos hace cuestionar cosas que hasta entonces eran el status quo. Nora, en “Casa de Muñecas”, por ejemplo, se transforma en gigante frente a su marido en el último acto cuando cuestiona lo que ninguna mujer cuestionó antes y asume valientemente las consecuencias.
En nuestro tiempo muchos prefieren el conformismo convencional que les llena la barriga y entretiene. Reaccionan con miedo y fanatismo ciego contra los críticos del orden establecido del que, presumen, deriva su seguridad. Y si algunos, como en Sardinal, salen a la calle a desafiar el status quo, a esos intentan neutralizar de cualquier manera posible. Por eso, para algunos, el arte es peligroso y debe estar encerrado en museos y conservatorios. Sin embargo en la misma academia los clásicos pueden revelarnos lo que algunos intentan ocultar. Me complace la globalización del arte, pero no la globalización meramente comercial que nos recetan los TLCs de moda.

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